Hace algunos años, mi vecina Carmen juntó algunas cosas en una caja metálica y la guardó en su ático. ¿El objetivo? Que un día, ya con el pelo más blanco, pudiera volver a revisar esos objetos olvidados, recordando momentos que parecían pequeños y sin valor. La idea de una cápsula del tiempo suena sencilla: elegir un contenedor, llenarlo con cosas que digan algo sobre tu época, sellarlo y dejarlo esperando al futuro. Sin embargo, no es asunto de guardar cualquier cosa. Es una especie de mensaje enviado a quienes vivan dentro de unos años, o incluso a una versión futura de uno mismo.

Pensar en quién abrirá la cápsula
Antes que nada, conviene tener en mente el público que la descubrirá. Tal vez sea uno mismo muchos años después. O quizá descendientes, nietos o gente desconocida que ni imaginas. Esta idea ayuda a definir qué cosas valen la pena incluir. Por ejemplo, si uno piensa en sus nietos, podrían resultar útiles objetos del día a día actual: un llavero antiguo, un folleto con precios del mercado, un periódico con las noticias del momento, fotos familiares, notas escritas a mano. Si la idea apunta a alguien lejano en el tiempo, objetos cotidianos de hoy podrían ser fascinantes dentro de un siglo.

Seleccionar objetos con sentido
No hace falta cosas muy caras. Sirven recortes de periódicos que muestren lo que ocurría ese día, revistas con anuncios, juguetes antiguos, cartas personales, fotos con amigos. También un menú de ese café que frecuentas, un billete que tal vez deje de circular con los años, o incluso la entrada de un concierto. Estos detalles, por simples que parezcan, algún día serán testimonios de otra época.

Mejor no incluir alimentos. Se pudrirían y echarían a perder el resto del contenido. Lo mismo sucede con líquidos o baterías que puedan filtrarse. El enfoque ideal es elegir objetos duraderos, fáciles de guardar. Además, conviene envolver papeles, fotos y cartas con fundas especiales que los protejan del moho y la humedad.

Pensar en el contenedor y la duración
La cápsula no tiene por qué ser compleja. Una caja de zapatos sirve si uno la conserva bajo techo y con un plazo corto (quizá revisarla tras unos cinco o diez años). Si la intención es prolongar el silencio durante décadas, es mejor un contenedor más resistente, como una lata metálica sellada o un tubo de PVC bien aislado. Quien busque resistir mucho tiempo haría bien en asegurarse de proteger cada cosa con cuidado. Si se va a enterrar, el suelo húmedo puede dañar el interior. Conviene sellar con cuidado, agregar bolsitas absorbentes de humedad y, si es posible, usar materiales robustos que soporten el paso del tiempo.

Dónde colocar la cápsula
La ubicación depende del plan. Algunos prefieren guardarla en el altillo de la casa. Otros deciden cavar un hoyo en el jardín y esconderla bajo tierra, esperando que las próximas generaciones la encuentren. Unos pocos, más creativos, buscan esconder el recipiente en un rincón apartado, dentro de una pared hueca o camuflado en una zona alejada. Eso sí, conviene anotar coordenadas, hacer un pequeño mapa o dejar algún tipo de pista visible pero discreta. De lo contrario, con los años es fácil olvidar el sitio exacto.

Registrar todo y dejar un mensaje
Una lista con los objetos guardados, anotada en un papel dentro de la cápsula, ayuda a quienes la abran. Además, una carta dirigida al futuro puede resultar emocionante. En esa nota, uno puede describir la vida cotidiana, la moda, las costumbres, las creencias del momento y las sensaciones sobre lo que vendrá. No hace falta ser un gran poeta: basta un mensaje franco, simple. Así, quien lea esas líneas dentro de décadas tendrá una ventana a tus pensamientos en ese día específico.

Cerrar y esperar
Sellar la cápsula es el paso final. Después, la vida continúa y uno se olvida de ese pequeño cofre del pasado. Con suerte, el día que la abran —puede ser uno mismo con más arrugas, o alguien a quien nunca se conocerá— la experiencia resultará sorprendente. Encontrarán objetos que un día fueron comunes, pero que el tiempo volvió curiosos. Esa es la magia de una cápsula del tiempo: detener un instante, empaquetarlo, dejarlo descansar en silencio y, con el correr de los años, ofrecerlo como un regalo inesperado a otros ojos. Así, la gente del futuro podrá espiar el presente como si fuera un pequeño tesoro escondido.

Por admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.